Gracias por contribuir a no devolverlas a esta trágica estadística.
Más de 65 millones de personas han tenido que abandonar sus hogares huyendo de la guerra, la persecución y las violaciones de los derechos humanos sin que sus historias vean la luz.
Desde Acnur queremos que las conozcas y las compartas, porque cada vez que firmas la petición #ConLosRefugiados y las compartes, se desbloqueará un pixel de una nueva historia.
Lee la historia de George
Lee la historia de Souma
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Nací en Sudán, en la región de Darfur, soy auxiliar de enfermería... Mi padre murió cuando era muy joven; trabajé para sacar adelante a toda mi familia... En 2003 comenzaron los ataques de los Janjaweed, unos guerrilleros que venían a caballo, quemaban nuestros pueblos, violaban a las mujeres y mataban a la gente... Tuve que salir y dejar a mis dos hijas con mi madre y hermanos... No fue nada fácil para una mujer sola... Salir de Sudán, cruzar las líneas de los guerrilleros, cruzar el largo desierto del Chad y después intentar sobrevivir sin papeles en Libia trabajando como albañil, peluquera, dependienta, limpiadora... Después de siete años muy duros, cayó el régimen de Gadafi y tuve que huir a Túnez; otra vez comenzar de cero... viví en un campo de refugiados diez meses...
Y de repente tengo un día de suerte, ACNUR me ofrece venir a España con un programa de reasentamiento para refugiados del Gobierno español...
Mi vida da un giro... Me acogen en un centro de refugiados, me ayudan a aprender hablar español, recibo cursos de enfermería e informática y, lo mejor de todo, localizan a mi familia después de siete años... puedo hablar con mis hijas por teléfono...
En España he trabajado en el servicio doméstico, en peluquerías, he cuidado a personas discapacitadas y mayores... Ahora estudio educación secundaria...
Mi sueño es traer a mis hijas a España y vivir feliz...
A pesar de todo, creo que tengo suerte... continúo viva y con mucha ilusión de crecer en España junto a mis hijas... Dicen que cocino muy bien el cocido madrileño y la paella... Cada día me siento más española... aunque no lo creáis, la vida puede ser maravillosa...
Me llamo Wasim, tengo 31 años y soy sirio de origen Palestino... Estudié literatura y filología inglesa en la universidad de Damasco, lo que me sirvió para vivir muy bien en Siria dando clases de inglés y literatura... (Pequeño silencio) hasta que empezó todo... Ahí mi vida cambió... Pasé de ser un reconocido profesor a ser un refugiado... Hui a pie de Siria a Turquía... tenía miedo por mi vida... Varios de mis amigos habían sido arrestados por el régimen... Estuve de forma ilegal porque no tenía papeles ni posibilidad de conseguirlos... sobreviví como pude y trabaje dando clases... hasta que pude ahorrar el dinero para comprar un pasaje a España...
Cuando llegué al aeropuerto pedí asilo... tuve que permanecer 3 días... Tenía miedo y sobretodo no paraba de pensar en mi madre y mis hermanos dispersos por distintos países por causa de la guerra en Siria... Me llevaron a un pequeño hostal de Cruz Roja y después me llevaron al centro de refugiados donde solo pude estar seis meses y después me tuve que buscar la vida...
Gracias a los idiomas, a finales de noviembre 2015 tuve la suerte de conseguir un puesto de analista en una compañía de seguros médicos americana... Estoy muy contento a pesar que cada seis meses tengo que sellar mi tarjeta roja y todavía no sé si seré reconocido como refugiado en España.
Me encanta España, la comida, el clima Mediterráneo, la gente... A veces cierro los ojos y me siento tan bien que creo que estoy en Siria con mis amigos, con mi familia... Pero no estoy...
Mi nombre es Manuel, nací en Bucaramanga, Colombia y esta es mi historia...
Me crié en el seno de una familia que me enseñó a tener una visión crítica de las cosas y aprendí a luchar para cambiarlas.
Desde los 14 años, abogué en defensa de la educación pública y participé en sindicatos estudiantiles para pedir políticas públicas de juventud que dieran a los más jóvenes las oportunidades que nos estaba arrebatando el conflicto y la delincuencia en mi país. En Colombia hay casi 7 millones de desplazados internos, muchos de ellos niños y adolescentes que son reclutados forzosamente por los grupos armados, secuestrados o asesinados.
Ese activismo fue para mí como ponerme “una Diana en la espalda”. Los grupos armados conseguían las listas con los nombres de los estudiantes y profesores que militaban en estos grupos y el hostigamiento comenzó. Las denuncias que poníamos en la fiscalía no prosperaban y las amenazas eran cada vez más frecuentes y la última vez me dieron 48 horas para salir del país.
Supe del programa de protección de defensores de DDHH de Asturias y solicité acogerme a él para poner a salvo mi vida y para contar lo que estaba pasando en Colombia.
Las autoridades españolas me reconocieron como refugiado y me ofrecieron un centro de acogida durante algunos meses.
Pude matricularme en la Universidad en Ciencias Políticas y convalidar algunas asignaturas de la carrera que dejé truncada a la mitad en mi país.
He tenido la ventaja de hablar español y eso me ha facilitado mucho la vida aquí.
En este momento estoy en paro, pero confío en encontrar pronto algún trabajo que me permita seguir costeándome la habitación que tengo alquilada y los estudios.
Lo que más me sorprendió al llegar a España, es la tranquilidad de caminar por las calles sin miedo a las amenazas, incluso por la noche.
Tengo ilusión en que el Proceso de Paz de mi país pueda reconciliar a las “Colombias enfrentadas” y mi sueño es contribuir a ello y regresar algún día a una Colombia en paz para todos.
Me llamo Amal y tengo 18 años. Yo soy de un pequeño pueblo en el sur del país –se llama Corioles- Allí viví con mis padres y mis 6 hermanos en unas condiciones difíciles, porque desde hace 25 años Somalia es un caos por el conflicto armado, por las sequías y las hambrunas.
Mi madre me contó que nos sacó del país a mí y a mis hermanos porque mi padre quería que ellos se alistaran para luchar.En mi país además a las niñas les practican la ablación y mi mama no está de acuerdo con esa práctica de la cultura somalí.
Mi mama es una mujer muy valiente, porque para huir de Somalia hasta Kenia, se tuvo que enfrentar además a muchos de nuestros familiares...
Tengo muy pocos recuerdos de Kenia, donde mis hermanos pequeños y yo vivíamos con mi madre en un campo de refugiados durante 3 años. A mis hermanos mayores corrían mucho más peligro que yo y por eso mi mama les saco antes que a nosotras. Gracias a mi tía, a Acnur y al Gobierno pudieron entrar en España.
Después de cuatro años de separación nos volvimos a reunir todos en España, casi no reconocía a mis hermanos... habían cambiado mucho... y supongo que yo también...
Hemos vivido en varios centros de acogida y nos han ayudado varias entidades. Pero no ha sido fácil. Podéis imaginaros a mi madre, con 6 hijos, escolarizarnos, sacarnos adelante a todos en medio de la crisis económica en España...
Cuando llegué a España, algunos chicos me miraban como con curiosidad por ser diferente, pero la verdad es que no he sentido discriminación. Mi madre nos dice que no nos lo tomemos a mal, que es por miedo a lo desconocido, pero a mis hermanos siempre les paran para pedirles la documentación y no les hace mucha gracia.
Yo me siento afortunada porque tengo muchos amigos en mi instituto de todas partes del mundo de los que he aprendido un montón, aunque me da pena que algunos se han ido quedando por el camino sin llegar a terminar el bachillerato.
Mis primos y yo hemos creado el “Club del Debate” donde nos reunimos para charlar de filosofía, de religión de medicina de muchos temas y respetamos todas las opiniones. Empezamos los 3 y ahora somos un montón. Nos juntamos en el Centro de la Cultura de Chamberí que ofrece el Ayuntamiento para los Jóvenes.
Mi sueño es estudiar relaciones internacionales y ayudar a cambiar las cosas en el mundo... Yo creo que puedo contribuir a cambiarlo y quiero hacerlo.
Me llamo George Freeman tengo 29 años, soy de Freetown (Sierra Leona) y la historia
que me ha tocado vivir es un poco dura, pero quiero contarla…
Mi madre murió cuando yo tenía 9 años y desde entonces he tenido que salir adelante
prácticamente sólo. Mi padre se casó con otra mujer que se convirtió en mi madrasta y
me obligaba a realizar todas las labores domésticas sin dejarme estudiar. Pero esto es
lo de menos…
En el 2013 tuve que huir de Sierra Leona porque soy gay y activista por los derechos de
los gays y las lesbianas en Sierra Leona…
Fundé una ONG de ayuda personas LGTBI porque en mi país la homosexualidad es
ilegal y la ley prevé la cadena perpetua. Pero casi más terrible es la discriminación y
rechazo social hacía el colectivo que nos hace vivir con miedo constante.
Una televisión Inglesa me entrevistó y publicó en su web mi historia de activismo y un
tiempo después, un periódico local de Sierra Leona reflejó mi testimonio. En seguida
empezaron las amenazas y seguimientos, hasta que un día alguien golpeó el cristal del
coche en el que viajaba, me sacaron a patadas y me dieron una paliza por la que acabé
en el hospital.
Me amenazaban todos los días, me acosaban, me llamaban por teléfono, me
mandaban mails. Salí de la capital, pero las amenazas seguían. La policía no hacía nada.
Y yo supe que no podía quedarme allí.
Busqué ayuda fuera de Sierra Leona y respondió a mi llamada de auxilio la Fundación
Triángulo, que medió ante las autoridades españolas para que me sacasen de allí y me
trajeran a España desde Ghana.
Cuando llegué a Madrid en 2013 me enfrenté a muchas dificultades. Sin familia y sin
dinero, me enviaron a un centro de acogida en Las Palmas donde encontré buenos
profesionales pero también el rechazo de otros residentes por mi orientación sexual.
Me sentí muy perdido y cuando a los 6 meses se terminó mi estancia allí, como no
tenía dinero ni apoyos, decidí venirme a Barcelona dónde tenía algún contacto.
Aquí las cosas tampoco fueron fáciles. Las ayudas eran escasas y acabé durmiendo en
la calle por temporadas…Después de aprender español y acceder a alguna formación,
busqué trabajo, pero el ser negro y tener la tarjeta roja de solicitante de asilo que
nadie conoce, no lo hace fácil. Muchas ofertas se caían cuando me veían. Dejé de
poner la foto en mi currículum… Me enfrenté a los prejuicios que yo mismo había
tenido en mi país hacia los refugiados: “no tiene formación, es pobre, cuidado viene de
la guerra…”
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Félix sueña con ganar una medalla de oro en una competencia internacional. Él y su madre huyeron de la violencia en Colombia.
Félix, 16 años: Félix es un joven de 16 años colombiano refugiado quien vive con su madre en el estado Mérida, Venezuela, en la frontera con Colombia. Es un atleta comprometido y apasionado que sueña con ganar una medalla de oro en el Campeonato Suramericano U18 en Argentina. Para lograrlo, entrena cada día en el Estadio Metropolitano en la disciplina de atletismo de 100 y 200 metros planos.
Félix y su madre fueron forzados a dejar su casa cuando él apenas tenía 6 años. “Aún recuerdo cuan peligroso era para nosotros vivir en un pueblo con grupos armados. Los miembros de esos grupos distribuían volantes bajo las puertas de los vecinos. Nos amenazaban cientos de veces diciendo que cada uno tenía que abandonar el vecindario o algo malo le ocurriría a quienes se quedaran”, afirma.
Por más de 3 años, Félix y su madre Ana han vivido en un refugio provisto por las autoridades venezolanas. Ana, quien impulsa a su hijo a lograr su sueño, fue también atleta en su juventud y corrió en muchas competencias de 200 metros. “Mi hijo heredó mi pasión por los deportes, así que decidí apoyarlo en todo lo que puedo”, menciona. Después de completar el colegio, Félix también quiere estudiar en la universidad para convertirse en Ingeniero Químico y generar ingresos para sustentar a su madre. “Me gustaría devolverle todo lo que ella ha hecho por mí”, resalta el joven.
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Amal desea inspirar a otros refugiados a conseguir el éxito en sus nuevos países. Ella huyó de la violencia en Somalia.
Amal Ali, 30 años: “Algunos de mis pacientes son chicas de mi edad o más jóvenes, y cuando ven que soy dentista, quieren hablar conmigo sobre sus sueños, lo que quieren ser, su educación y sus vidas. Yo intento apoyarlas y alentarlas a continuar con su educación. Han venido hombres somalíes, y preguntan si pueden traer a sus hijas para que me vean y se aseguren que si existen dentistas somalíes. Es agradable, me preguntan cosas como por ejemplo cómo era usar el hiyab cuando estaba estudiando, qué caminos tomar, qué pueden hacer para aumentar sus posibilidades de estudiar en la universidad”.
Amala Ali se encuentra en un viaje profesional y personal que la está acercando a sus raíces en Somalia. Se mudó de su ciudad natal de Gotemburgo a Oslo el año anterior, para poder trabajar en una clínica dental donde los pacientes son en gran cantidad de Somalia, y muchos de ellos, refugiados.
“Cuando llegué aquí siempre me decía a mí misma que abriría una clínica en Gotemburgo algún día para ayudar a mi gente. Pero antes, sería bueno que trabajara en otro lugar con muchos somalíes”.
Ella habla de hacer una pequeña Somalia en su clínica en Oslo, recordándose que tiene un segundo hogar y obligaciones con las personas en África”. Ella esta consciente de que no todos los somalíes tienen la oportunidad de ir a Suecia y obtener educación superior gratuita. Los pacientes le han enseñado sobre un hogar del cual ya casi no recuerda, y mejoran sus capacidades de lenguaje. Un paciente siempre le pone música somalí, explicándole sobre cómo era Somalia antes de la guerra, y por qué las cosas están así en la actualidad, Otros vienen de Eritrea, Irak y Siria, y le dan un vistazo de cómo eran sus vidas. “Ellos me enseñan mucho. Es así como recuerdas que tenemos algo especial en común, todos venimos de diferentes países, todos teníamos otras vidas y buenas carreras antes de venir acá”, dijo Amal.
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Mojtaba sueña con encontrar una cura para el cáncer. Él tenía 13 años cuando huyó de los talibanes.
Mojtaba, 22 años: “El viaje a Europa fue muy duro. Tenía solo 13 años por entonces. Perdí a mi hermano mayor en el camino. Se ahogó en la travesía entre Turquía y Grecia. Después de aquello, tuve que arreglármelas solo. Lo más duro para mí fue no saber en quién podía confiar”. “Pero tuve suerte. En Austria encontré una familia que me apoyó, y aún me apoya. Y ahora estoy en la universidad, estudio biología molecular”.
“En mi infancia no había ciencias. Ayudaba a mis padres en el campo, en la provincia de Ghazni. Eran agricultores: cultivaban patatas, frutas y verduras”. “Estábamos rodeados por los talibanes. Como miembros de la minoría hazara, siempre corríamos peligro. Era como estar en una prisión. No podíamos movernos libremente y, tarde o temprano, íbamos a ser atacados. Europa era nuestra única esperanza de ponernos a salvo”. “Me encanta Viena. Es una ciudad preciosa a la que llamo hogar. En Afganistán, todo lo que sabía acerca de Austria es que tenía bosques. Eso es lo que nos enseñaban en la escuela”.
La familia Tavakoli, que pertenece a la minoría hazara, oprimida en Afganistán, envió a dos de sus hijos a Europa en 2006 para que escaparan de los talibanes. Después de que su hermano mayor Morteza, de 18 años, se ahogase en el Egeo, Mojtaba continuó su viaje solo. En Austria, fue amparado y apoyado por una pareja austríaca, Marion Weigl y Bernhard Wimmer.
Una vez se le concedió el asilo en Austria, Mojtaba pudo traer consigo a su familia afgana. Otro de sus hermanos, Mustafá, de 12 años, falleció de cáncer en Viena en 2014. Las pérdidas personales y la bondad de quienes le apoyaron son una motivación para Mojtaba. “A lo largo de mi vida he visto cosas que gente que me dobla la edad no ha visto nunca”, dice. “Esto me hace ser estricto conmigo mismo para aprovechar las oportunidades que me han brindado y hacer que mi familia se sienta orgullosa de mí”.
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Solaf ama el deporte y sueña con vivir en Estados Unidos. Ella y su familia huyeron de la guerra en Siria.
Solaf, 9 años: “Me llamo Solaf y soy de Bosra, en Siria. Recuerdo mi casa allá. Era grande y tenía una puerta café. Había un jardín afuera con árboles de olivo, limón, naranja y manzana. Sembrábamos albaca, tomillo, manzanilla, perejil, berenjenas y papas. Un mísil golpeó nuestro techo y tuvimos que irnos a dormir en la mezquita, luego la mezquita también fue bombardeada y entonces nos vinimos a Jordania.
“No me gusta mucho acá en el campamento. No hay luz. En la noche usamos lámparas solares, pero solo duran 30 minutos. Si tuviéramos electricidad podríamos ver televisión… no, ¡una laptop! Quiero ver televisión en una laptop. Cuando no estoy en la escuela juego con mis amigos y hago deporte. Estoy aprendiendo Taekwondo, así me puedo defender cuando no está mi hermano. Ya casi puedo hacer el spagat, me falta poco.
Solaf, una niña de 9 años, es una refugiada siria que vive con sus padres y el hermano mayor en el campamento de refugiados de Azraq, en Jordania. Originaria de la ciudad de Bosra, en el sur de Siria, ella y su familia huyeron a Jordania en 2013, luego de que su casa quedara parcialmente destruida por el impacto de un mísil.
Solaf se acuerda bien del conflicto en Siria. “Recuerdo que cuando un mísil cayó en el cementerio de nuestra ciudad, el cuerpo de alguien que se llamaba Moussa se salió del suelo”. A pesar de todo lo que ha sufrido, Solaf es una niña feliz y vivaz, y le gusta hacer deporte con sus amigos en el campamento y hacer rompecabezas en el alojamiento de su familia. Le gusta ayudar a su mamá en la cocina y recita de un tirón la receta de su platillo preferido, shish barak (ravioles de cordero) en salsa de yogur
El conflicto en Siria empezó hace más de cinco años y ha provocado la más grave crisis de desplazamiento en el mundo, con más de 4,8 millones de sirios que se han visto obligados a huir a Jordania y a los otros países vecinos de la región.